Son las siete treinta de la mañana; en el transporte público todo está callado, la misma gente que día con día viaja de una lugar a otro pareciera no haberse visto nunca antes. Mientras el autobús avanza se respira un aire de cansancio que refleja el comienzo de un nuevo día y al mismo tiempo un aire de soledad que acompaña a cada uno de los ocupan un asiento hacia su destino; tal vez, sólo sea la primera o única oportunidad de la semana para poder permanecer alejados del movimiento, estar callados, escuchar los murmullos del rededor y pensar.
Se abren las puertas del camión unas cuantas veces más, y llegamos a nuestro destino. Se llama el Centro de Tijuana, un lugar lleno de misterio y fama, muchos dicen que es el corazón de la perdición, pero nunca se sabe hasta que punto es tan cierto eso. En la calle, el sol alumbra muy temprano las banquetas, los carros sólo pasan por las avenidas que sirven como ruta para llegar a otros puntos o bien a las calles más visitadas de este místico lugar. Comenzamos a caminar, no hay tiempo, no hay seguridad, la gente pasa rápido, como si hubiera algo que los jalara, concentrados sólo en su destino y no en su viaje. Los comerciantes comienzan a poner sus tienditas y puestitos, a pesar que pocos son aquellos que se detienen a conocer. Este lugar se ha convertido en un lugar de paso. Mientras seguimos va quedando a lo lejos, el sonido de los motores y el aroma del humo de su escape. Los pasos rápidos y firmes de las personas, esas pisadas se van disipando poco a poco, vamos llegando a un área en donde todo es obscuro y solitario. En la calle el hombre refleja asolamiento; en los mercados, la gente quiere vender algo, lo que sea, en realidad dentro de su mente lo que quieren es ganarse algo que los haga salir adelante, algo que les dé fuerza para seguir un día mas en este ambiente que los sofoca, que los consume.
Un anciano se siente mal, está parado a lado de un poste de luz y no hay quien lo ayude. Todos caminan a su alrededor buscando en sí mismos respuestas, aislándose de todo lo que hay en su mundo. El hombre tiene la cara de un enfermo desolado y tiene que quedarse así porque ha entendido que no hay quien lo cuide y que él mismo tiene que resolver aquello que no puede.
Poco a poco las calles empiezan a verse más descuidadas, suciedad cubre pavimentos en una forma especial, no se ve como más cochambre, se ve como penumbra, en realidad caminamos sobre penumbra, la cual nos da una idea del lugar en dónde estamos.
Mientras más nos adentramos, las calles se vuelven más oscuras, hay menos vida, es decir, la gente está físicamente viva, sin embargo se ve demacrada, más marcada por su sociedad, más esclavizada a un mundo que rige con normas muy duras y estrictas y que no perdona. En las calles la suciedad acompaña a los que duermen en las banquetas. Cobijas rotas y sucias no es lo que está en la mente de los que duermen, no hay dinero, no hay amor, no existe la felicidad plena, ellos sólo quieren huir por unos momentos y soñar.
En la calle, sólo quedan las migajas de una noche anterior llena de fiesta, o bien llena de angustias, desamores, borracheras, prostitución. En las entradas de algunos bares que permanecen abiertos hay muchachas que buscan ganar su sueldo, que buscan desde temprana hora llevar alimento a sus hijos, sus rostros reflejan denigración, sus actitudes no son de mujeres normales, no pueden ser normales, no pueden cuando se les ha quitado su integridad, cuando hombres egoístas perdidos depravados han traspasado los limites y las han devastado, a ellas no les queda opción. En sus ojos se ve la desesperación de estar en un túnel sin salida, las ganas de que todo terminará frente a sus ojos, su necesidad de sobrevivir.
En realidad no es el corazón de la perdición, tal vez, esto es una consecuencia visible. En realidad es el corazón de la miseria, el lugar en donde la gente no ve la luz, en donde la soledad reina sobre los que entran y salen, los que se quedan y los que ahí nacen. Es el rugir de un pueblo desesperado por amor que no ha encontrado su valor, que no ha encontrado verdad ni la respuesta a su desesperación, a su hambre. Son los latidos de varias generaciones que dependen de lo que ahí suceda y que parecieran estar condenados a ese lugar por el resto de sus vidas. Vi a un mundo que necesitaba más que nunca a un salvador, alguien que no se acuerda del pasado sin embargo que pagó por el pasado, aquel que puede hacer un nuevo futuro, puede hacer que el sol nazca diferente, más brillante, aquel que puede restaurar el interior, armar pieza por pieza y dar nuevos ojos para ver la vida que hay por delante, él se llama Jesús.
Se abren las puertas del camión unas cuantas veces más, y llegamos a nuestro destino. Se llama el Centro de Tijuana, un lugar lleno de misterio y fama, muchos dicen que es el corazón de la perdición, pero nunca se sabe hasta que punto es tan cierto eso. En la calle, el sol alumbra muy temprano las banquetas, los carros sólo pasan por las avenidas que sirven como ruta para llegar a otros puntos o bien a las calles más visitadas de este místico lugar. Comenzamos a caminar, no hay tiempo, no hay seguridad, la gente pasa rápido, como si hubiera algo que los jalara, concentrados sólo en su destino y no en su viaje. Los comerciantes comienzan a poner sus tienditas y puestitos, a pesar que pocos son aquellos que se detienen a conocer. Este lugar se ha convertido en un lugar de paso. Mientras seguimos va quedando a lo lejos, el sonido de los motores y el aroma del humo de su escape. Los pasos rápidos y firmes de las personas, esas pisadas se van disipando poco a poco, vamos llegando a un área en donde todo es obscuro y solitario. En la calle el hombre refleja asolamiento; en los mercados, la gente quiere vender algo, lo que sea, en realidad dentro de su mente lo que quieren es ganarse algo que los haga salir adelante, algo que les dé fuerza para seguir un día mas en este ambiente que los sofoca, que los consume.
Un anciano se siente mal, está parado a lado de un poste de luz y no hay quien lo ayude. Todos caminan a su alrededor buscando en sí mismos respuestas, aislándose de todo lo que hay en su mundo. El hombre tiene la cara de un enfermo desolado y tiene que quedarse así porque ha entendido que no hay quien lo cuide y que él mismo tiene que resolver aquello que no puede.
Poco a poco las calles empiezan a verse más descuidadas, suciedad cubre pavimentos en una forma especial, no se ve como más cochambre, se ve como penumbra, en realidad caminamos sobre penumbra, la cual nos da una idea del lugar en dónde estamos.
Mientras más nos adentramos, las calles se vuelven más oscuras, hay menos vida, es decir, la gente está físicamente viva, sin embargo se ve demacrada, más marcada por su sociedad, más esclavizada a un mundo que rige con normas muy duras y estrictas y que no perdona. En las calles la suciedad acompaña a los que duermen en las banquetas. Cobijas rotas y sucias no es lo que está en la mente de los que duermen, no hay dinero, no hay amor, no existe la felicidad plena, ellos sólo quieren huir por unos momentos y soñar.
En la calle, sólo quedan las migajas de una noche anterior llena de fiesta, o bien llena de angustias, desamores, borracheras, prostitución. En las entradas de algunos bares que permanecen abiertos hay muchachas que buscan ganar su sueldo, que buscan desde temprana hora llevar alimento a sus hijos, sus rostros reflejan denigración, sus actitudes no son de mujeres normales, no pueden ser normales, no pueden cuando se les ha quitado su integridad, cuando hombres egoístas perdidos depravados han traspasado los limites y las han devastado, a ellas no les queda opción. En sus ojos se ve la desesperación de estar en un túnel sin salida, las ganas de que todo terminará frente a sus ojos, su necesidad de sobrevivir.
En realidad no es el corazón de la perdición, tal vez, esto es una consecuencia visible. En realidad es el corazón de la miseria, el lugar en donde la gente no ve la luz, en donde la soledad reina sobre los que entran y salen, los que se quedan y los que ahí nacen. Es el rugir de un pueblo desesperado por amor que no ha encontrado su valor, que no ha encontrado verdad ni la respuesta a su desesperación, a su hambre. Son los latidos de varias generaciones que dependen de lo que ahí suceda y que parecieran estar condenados a ese lugar por el resto de sus vidas. Vi a un mundo que necesitaba más que nunca a un salvador, alguien que no se acuerda del pasado sin embargo que pagó por el pasado, aquel que puede hacer un nuevo futuro, puede hacer que el sol nazca diferente, más brillante, aquel que puede restaurar el interior, armar pieza por pieza y dar nuevos ojos para ver la vida que hay por delante, él se llama Jesús.
1 comentario:
Muy curada, Ale, revisa el blog de la clase, hay recado, crónica y fotos
Publicar un comentario